Wednesday, September 08, 2004

Exposición, nuevas del estrellato, mundo rural

Se busca mujer para emperador democrático
El jueves me puse yo toda contenta, con esa sensación de libertad y plenitud que da el salir de un examen, a pasear por las soleadas y empedradas calles pobladas de turistas cámara en mano, tarareando "Is it any wonder?" y me metí en una exposición de una tal –ni me sonaba- Ellen Fuerbanch (¿o Feuerbach?, jo, la combinación de teutón y hebraico me supera), una fotógrafa alemana que comenzó su carrera en los años 20 y 30 de este siglo y que, milagros de la sociedad, aún sigue vivita y más o menos coleando. Todo me resultó muy interesante: la tal Ellen había montado su estudio de fotografía en Berlín junto a su amiguita Grete Stern, y juntas se dedicaban a la publicidad, haciendo fotos para tintes de pelo y paralelos del ceregumil ginseng a la alemana. Había una cosa preciosa que me llegó al fondo del coño: Ellen le había regalado a Grete, por su cumpleaños, un librito interactivo, que dirían los soplapollas de hoy en día, que reunía gran parte de su vida en común, con fotos de Grete bañándose, imágenes de ellas trabajando con unos calderos y una prensa para las fotografías, un dibujo desplegable con una imagen del día en el que la madre de Grete le presentó a su hija a un adinerado banquero con objetivos matrimoniales y ésta se quedó dormida durante el banquete familiar... Yo, ignorante de todo, ignoraba si se trataba de una fotógrafa de segunda o de decimocuarta fila, pero ahí estaba ella, en el círculo de la Bauhaus, y sacándole fotos a Beltor Brecht afeitándose. Contaba la exposición también con la proyección de un documental del año 95 en el que entrevistaban a ambas fotógrafas, y ahí sí que gocé ampliamente –como un maricón con lombrices- porque me encanta todo lo que tiene que ver con la primera persona, con lo biográfico, con las impresiones de cada uno en su misma mismiedad; vamos, que más que contemplar los modelos de cafeteras surgidos de la Bauhaus, me gustó oír a esta Ellen decir cuán moderna y rompedora resultaba la arquitectura del edificio en sí; más que ver las fotos de tónico capilar y las naturalezas muertas, ver cómo la autora decía que ahora lee lo que dicen sobre su obra, lo moderna y adelantada que era en aquellos convulsos años 30, y ella piensa "jolín, ¿de verdad estaría intentando plasmar la feminidad enclaustrada liberada por la fuerza renovadora de las vanguardias en este "Mujer abrochándose el corsé"? "Pues no, la verdad es que no lo hacía sabiendo que aquello era moderno, ni rompedor, ni semirevolucionario. Simplemente lo hacía. Igual que ponerme pantalones ¿era un acto osado? Bueno, ahora, viéndolo desde ahora, sí que lo era, pero entonces lo hacía simplemente porque quería estar a la moda y parecerme a Marlene Dietrich" Y eso, que más que ver Vértigo, me encanta leer lo que piensan de ella (el propio director o a Julián Marías, todo me vale); me encantan los anesdotarios de todo este rollo "vanguardias" años 20 y 30, el dadá, el surrealismo, Dalí con una tortilla de patatas en el bolsillo, más que la contemplación de una obra de Marcel Duchamp; prefiero leer sobre la irrupción de la Nueva Ola -sus protagonistas, dónde se reunían, dónde tomaban café, quién follaba con quién- más que ver la filmografía completa de Truffaut. O, bueno, más o menos.
Una justa y necesaria aclaración: todo esto que escribí en una pasada entrada de "lo que les gusta y lo que no les gusta a los hombres de las mujeres" en realidad no es obra mía (yo jamás hubiese puesto que a los hombres les gustan las mujeres celosamente limpias), lo saqué de una "enciclopedia" del hogar y la moda de los años 70, que además que traer los patrones para hacer una monísima blusa de manga francesa, trae una sección de test sobre tu personalidad y sobre cómo mejorarla que hacen que una le recupere el respeto al vocablo feminismo.
Ah, y claro, gracias por vuestras derritientes colaboraciones en el test anterior. Cuán patético hubiese sido que tantas preguntas tipo "¿por qué amas el diario de Ra?" se hubiesen quedado en blanco. Pero no ha sido así. Ejem, gracias a todos, queridos.

Carlos, rapsoda.

¡Oh, Ca-loh, eres mi dios! ¿Yoyas.com? ¡vuelo!
Niñas, somos las niñas, si no te gusta lo que hacemos te metemos una piña
¿Pero qué es lo que pasa? ¡La debacle! ¡El horror! ¿Hay una epidemia de sobredosis hormonal suelta por el putiferio internacional? Where is the love?

¡Que ya no están juntos, que ella ha quemado su traje de novia en una especie de ritual purificador vudú y que a él lo relacionan ahora con Leona Naess!

Lo siento, J.Lo

Leo por ahí que han retirado el anuncio de Bocatta, anuncio que a mí me parecía muy bien, gracioso y ocurrente y todo lo demás. Al parecer al gremio de agricultores le ha sentado mal la socarronería y el rentintín de mala leche que destilaba el comercial y han puesto el grito en el cielo –o alguien en su nombre, nunca se sabe- hasta que se ha conseguido su prohibición, ilegalización o algo similar. Entre aquellos a los que les sentó mal el anuncio se encuentra Juan Manuel de Prada –uno de los muchos supongo, lo que pasa es que yo a Juan Manuel de Prada le hago algo de caso porque, aunque él como persona me de algo de grima, me gustó mucho Las Máscaras del Héroe, así que le hago un poco de caso-, que decía en su artículo que lo veía como una muestra de la prepotencia de esos jóvenes publicistas tan modernos y tan guays, imaginándose desde sus chaise-longues diseñadas por Charles y Ray Eames lo sucio y primitivo que es el campo, allí donde todas las carreteras son secundarias y no hay conexión a internet. Y sí, pero no.
A ver, que a mí, claro, me chifla el mundo rural: la incontestatable belleza del monte, del bosque y de todo; hay gente que es "muy urbana" y que tiene alergia a las gramíneas y en general a todo producto no creado antes de 1940, pero ese no es mi caso; yo "amo lo mejor de ambos mundos" "me gusta combinar las texturas rústicas junto a los materiales más vanguardistas" etc etc. No me voy a poner a enumerar las razones por las que me gusta el mundo rural y cómo considero que es algo más que un mero entorno para convertirse en un estado de ánimo (por dios, qué asco me estoy dando, que parezco ya una invitada a un programa de producción propia del canal Estilo), porque allí el tiempo transcurre de otra forma, y vuelves a las cosas sencillas, a la simplicidad y la belleza de lo no material y bla bla... Pero, y hay un pero muy importante, me parece infantil y maniquea esa concepción del campo heredera del mundo romántico que tenemos en mente: ya sabéis, esos primeros burgueses ciudadanos desvinculados de la inmensa aldea que viene siendo, al fin y al cabo, el mundo desde siempre (por mucha Babilonia, y Roma y Estambul que hubiese, la humanidad vivía en aldeas) y que al salir de esas ciudades de la industrialización, tan sucias y grises, llegan al campo y lo ven todo con ojos de turista y ven la belleza de los atardeceres, y la sencillez de las costumbres, y la gracia del folclore, y el encanto del tipiquismo, y se quedan shocked y empiezan a decir que la ciudad es una puta mierda que deshumaniza y destruye las relaciones sociales y que en el campo todo es más bello, más de verdad y se respira mejor. Que sí, pero no. Porque es genial llegar a la aldea –en 1820 o 2003- desde la ciudad, y pasar allí una temporada que puede extenderse más o menos días o meses pero al fin y al cabo, finita, o retirarse (ahora sí) a vivir al campo toda tu puta vida pero –y este pero, pacientes señores, es la clave- sin tener que vivir como un campesino. Porque vivir del campo es muy jodido, y hoy por hoy, prácticamente imposible. Porque estar absolutamente a merced de algo tan aleatorio como es el jodido clima, y tener que depender de que tus animales no enfermen, mueran o no empreñen, y todo eso demás que todos sabemos pues es muy jodido; y el trabajo manual pues ya no hablemos, que luego se cumplen años y el cuerpo se resiente y ya no puedes agacharte para coger patatas o cualquier otro tubérculo. Y hay que estar todos los días del año, y no existen las vacaciones, y no hay horarios ni límites, que claro que tiene sus ventajas (si tu sueño es, al fin y al cabo, los de los Beatles en su etapa pre-desintegración –pero con ganas de trabajar) pero hoy por hoy ¿a quién le compensa llevar una vida esclava y miserable para no lograr salir nunca de la etiqueta "economía de subsistencia"?
Yo hablo claro, del campo que conozco, un mundo rural ajeno a jornaleros y a grandes extensiones de trigo o de fresa (incluso ajeno, incluso, a cuotas de la comunidad europea y todo), donde las cuatro familias que pueden quedar viven prácticamente gracias a la pensión de la abuela. Que la miseria está en la cabeza de la gente. (ay, pero qué dramático me ha quedado este infantil y fatalmente fundamentado soliloquio) Y si no, que se lo digan al Clark Kent de Smallville, que sus padres viven en una granja y anda siempre más pelado que las ratas del granero desde el que espía a su vecina (ah, solventado)

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