Sunday, September 25, 2011

En esto creo

La relectura del inabarcable e inacabable "From Hell" (del que ya hablé una vez) hace que piense que la próxima muerte de un desconocido que sentiré de verdad (a no ser que esta muerte provoque el fin del mundo el año que viene, como la del archiduque Francisco Fernando provocó la Primera Guerra Mundial, en cuyo caso también sentiré mucho esa hipotética muerte de un desconocido), después de la de Terenci Moix, será la de Alan Moore, una de las pocas personas en el universo a las que considero un auténtico sabio.
A su dinámico y divertido aspecto, Alan Moore suma un pozo de sapiencia y erudición en todo lo mágico, lo oculto y lo misterioso de la historia. Creo en todo lo que viene escrito por su mano decorada con anillos con ojos de Cluclú: creo, sobre todo, creo en el tema principal de From Hell: que los lugares tienen significado, que guardan algo de lo que en ellos ocurrió, que las cosas no ocurren en ciertos sitios por casualidad, que los símbolos tienen poderes y son importantes y poderosos, que hay magia en las esquinas de las ciudades y que la arquitectura es la encarnación de la sangre de la tierra y de los hombres y, en el fondo de todo, que hay algo más de lo que se ve. Y aunque todo esto suene sospechosamente parecido a libros de Javier Sierra o a la misma "Piel del tambor" de, horror, Pérez-Reverte, Alan Moore lo describe magnífica y mucho más claramente que yo en el itinerario mágico del capítulo cuarto de "Desde el infierno" o en "La voz del fuego", en el que construye lo mismo que hizo con Londres pero con la aparentemente prosaica Northampton. Me moriría porque alguien fuese capaz de hacer algo remotamente similar con las ciudades ejpañolas (con Barcelona hay algunos cutreintentos), demostrando que la historia es poderosa y que, del mismo modo en que los crímenes de Jack el Destripador y la concepción de Hitler van de la mano, el asesinato de Cánovas y, qué se yo, algún hecho relevante de la infancia de Franco pudieran estar relacionados, porque cuando leo la concepción de la historia de Alan Moore automáticamente paso a convencerme de que es así como funciona el mundo y quiero leer esa interpretación esotérica y escondida de todos los acontecimientos de los últimos siglos. Jo, Alan Moore, no te mueras nunca.

Friday, September 16, 2011

... pero se casan con las morenas

Rescato una piecita escrita hace algún tiempo en un tono un poco diferente del habitual, que espero que sea del gusto de ustedes:

Hay muchos libros clásicos cuyos personajes mantienen plena vigencia hoy en día. Podemos sentirnos identificados con sus pasiones, problemas y personalidad e incluso algunos han pasado a ser arquetipos en los que reflejarnos. Sin embargo, hay otros personajes cuya gracia está, precisamente, en lo demodé de su planteamiento –tan demodé como la propia palabra- y en que no puedan comprenderse más allá de un contexto muy concreto. Son imágenes vivas de una época que no hemos podido conocer con un delicioso sabor añejo. Esto es lo que le ocurre a la Lorelei Lee de Los caballeros las prefieren rubias.

Hollywood, años 20. Por si estas palabras no fueran suficientemente evocadoras, añadámosle la pequeña –por bajita, no por importancia– figura de Anita Loos, escritora, guionista y amiga de algunos de las estrellas de cine más importantes de su tiempo. Ella misma cuenta en el prólogo de su libro cómo la idea de la novela surgió durante un viaje en tren desde Nueva York a Los Ángeles, en el que una joven compañera de vagón recibía todas las atenciones y cuidados de la mayoría masculina de los pasajeros. Intentando explicarse el por qué, llega a la siguiente conclusión: “¿Por qué esa chica me daba cien vueltas en atractivo femenino? ¿Estaría su fuerza (como la de Sansón) en el pelo?”. Naturalmente, se trataba de una rubia. Y de tan en apariencia simple premisa nace una de las novelas de humor más descacharrantes, incisivas y ácidas del siglo pasado.

Los caballeros las prefieren rubias está narrada en primera persona por su protagonista, la rubia Lorelei Lee, una bella jovencita con la cabeza a pájaros, muchas ganas de medrar y decidida a cumplir el deseo de cualquier chica de bien de Little Rock, Arkansas: pescar un buen marido. A Lorelei naturalmente la mantienen hombres de buena posición que acuden a Nueva York en busca de diversiones. El tiempo que no está con ellos lo dedica a ir de compras, acudir a fiestas en las que se bebe alcohol destilado en bañeras de mármol y a escribir sus reflexiones sobre la vida en su diario, que nosotros leemos complacidos. Muy pronto su protector la hará emprender un viaje por Europa con su amiga Dorothy Malone, el contrapunto inteligente y cínico a la cándida Lorelei. Olviden la película de los años cincuenta: no tiene más interés que un par de buenas canciones pegadizas y el disfrutar a Marilyn Monroe y Jane Russell, siempre tan agradecidas a la vista. La verdadera chicha de Los caballeros las prefieren rubias no está en las peripecias de las protagonistas, sino en cómo se cuentan estas peripecias, con un lenguaje que es una verdadera obra maestra de agudeza psicológica y sentido del humor.

La novela fue un éxito instantáneo que se tradujo y reimprimió infinitas veces. Años después, animada por sus amigos y editor, Anita Loos escribió una segunda parte, Pero se casan con las morenas, en la que Dorothy Malone cuenta su propia historia, desde su nacimiento en un circo ambulante de California hasta convertirse en una flapper de las Follies de Nueva York. Una historia de éxito y superación personal al estilo de los hombres hechos a sí mismos tan queridos por la mística norteamericana, pero restándole seriedad, épica y grandilocuencia. Anita Loos se ríe del sexo, de la white trash y de la hipocresía de una sociedad pacata en plena ley seca. En algunos países, como la Unión Soviética, la novela se leyó como una muestra de explotación femenina por parte de una sociedad machista y violenta. Hay bastante de verdad en eso; las trayectorias de las protagonistas podrían ser parte de la gran tragedia americana si estuviesen narradas con otro tratamiento, examinándolas con crudeza. Y, sin embargo, preferimos quedarnos con la parte frívola y divertida de la novela, sin dobles lecturas. En estos tiempos tan serios en los que vivimos, en los que todo lo que ocurre es tan importante, siempre hay un momento para leer Los caballeros las prefieren rubias e inundarnos del optimismo brillante de Lorelei Lee.

Monday, September 05, 2011

Hijos, nueras, exnueras y exyerno

He ido a ver a mis vetustas tías (que antes eran tres pero desde el año pasado solo son dos) y hemos comentado el reportaje central que el ¡Hola! le dedica a Cayetana de Alba y a su inminente (y más inminente debería de ser, que a estos años nunca se sabe) boda. Para mi sorpresa, mis tías no consideran a Alfonso un hombre atractivo ni interesante (yo, que tengo el gusto un poco extraviado, sí); al contrario, dicen que les tiene muy mala pinta, que está demasiado delgado, tiene una mala postura corporal y a "a veces parece un sidoso" (sic). Sin embargo están muy a favor del proyecto de boda. Encuentran a Cayetana de Alba un personaje un poco risible con sus vestidos de punto, sus pies descalzos, su escotes y sus combinaciones de estampados, y disfrutan comentando malévolamente que la mano derecha apenas la puede abrir y que tiene los dedos constreñidos y ese abanico que con tanto garbo sostiene ha debido colocárselo ahí algún miembro de su séquito. La foto central, en la que la Duquesa está reclinada en una hamaca como si fuese Vaitiare, les hace reír y llevarse las manos a la cabeza, peeero envidian un poco el que venga "un hombre, aunque no sea muy estupendo y te saque y te lleve y te traiga y te tenga entretenidísima". Por eso el tema de la boda de la Duquesa de Alba es un asunto nacional que a nadie debería dejar indiferente, por muy anti latifundio y anti privilegios de la nobleza que se sea (y que se debe ser). Yo apoyo a morir esta boda aunque la Duquesa no me caiga especialmente bien y no me entre en la cabeza que alguien pueda encontrar su conversación ya no divertida, sino soportable. Y todo lo que chinche y fastidie a sus hijos, que son unos horrores (sobre todo Cayetano y Eugenia, en cuyas vidas no hay nada que no provoque espanto y rechazo), deberíamos celebrarlo con la emoción con la que se celebra la llegada del otoño.