Verdaderamente hay días en los que el mundo te da motivos para el odio, la rabia y la indignación. Desde ayer, mi motivo de enervamiento o enervación es el divorcio de la infanta Elena. Y no porque me importe especialmente lo que le pase (aunque soy rendida admiradora del personaje de Jaime de Marichalar, el hombre mejor vestido de España), sino porque da pie a que se hable mucho de un tema que me crispa los nervios: la nulidad eclesiástica. Ya sé que es una cosa que se consigue con dinero e influencias, pero de verdad, ¿cómo es que la solicita la gente? ¿por qué tanto empeño? ¿Y es que cómo es posible que una persona se considere a sí misma católica, se divorcie, consiga la nulidad y luego se vuelva a casar por la Iglesia? ¿Dónde cabe tanta hipocresía? (cuántos interrogantes). Como soy un poco pava, aún pienso que esa gente es tan hipócrita y falsaria que se considera a sí misma buena cristiana de verdad y cree en la Iglesia y en sus preceptos (que a mí me chupan un pie, pero el caso es que ellos creen o afirman creer, como quien cree en las flores de Bach o en los cristales sanadores). Claro que en realidad ya todos sabemos que el objetivo es conseguir la nulidad para volver a casarse en los Jerónimos, que está mejor visto socialmente, una boda por la Iglesia hace más bonito y además puede casarte el padre Juan, que es un cura amigo de la familia (en mi familia afortunadamente no hay de eso; más bien al contrario, mi padre mantuvo durante años una férrea enemistad con el párroco de la aldea que acabó en un levantamiento popular que consiguió expulsarle a otra parroquia y todo, cosa de la que mi padre no está ciertamente orgulloso pero yo sí).
Lo que quiero decir es que si te consideras a ti mismo un buen católico (y no hablo de los de “creo en Dios pero no en la Iglesia”, opción que me parece cómoda y facilona pero respetable; hablo de los que son de misa de domingo, que hay mucha gente así aunque en medio de tanta progresía se le olviden estas cosas al joven moderno de hoy) no te separas, aguantas con la cabeza alta porque el matrimonio es un sacramento y blablablá. O te separas, pero no te divorcias, que eso es un invento del demonio y a muchas manifestaciones asistió el barrio de Salamanca en pleno cuando su aprobación, igualito que ahora con el aborto. Pero no, divorcio y nulidad, como si no hubiera pasado nada, esto es la casa de tócame Roque, cada uno hace lo que le da en gana y además tienes el morro de incumplir todas las normas del club al que perteneces y seguir considerándote orgulloso socio de honor.
Aunque hay otra cosa (ahora estoy ya con el colmillo sangrante) aún peor que el fingimiento de sacristía, la verdad: los curas gays. ¿Pero qué mierda es esta? Aquí la gente quiere estar en misa repicando (fíjense qué bien traído) y quieren ser ministros de la Iglesia católica, apostólica y romana y al mismo tiempo salir en la portada de Zero. Vamos a ver, ¿soy la única que ve esto esquizofrénico? Si eres maricón y católico practicante, revisa las encíclicas y atiende bien a lo que dicen. Después, haz examen de conciencia y pregúntate si te consideras un enfermo, un desviado y si crees que lo tuyo tiene cura. Si crees que sí, ponte a ello (hay quien dice que le ha ido muy bien) y si crees que no, que eres una persona-humana normal, sana y que tienes derecho a ser feliz, deja de ser cura. Y no me vengan con milongas de “cambiar la Iglesia desde dentro” y chorradas semejantes tipo “sendero luminoso”, porque si hay alguna institución que sea jerárquica y que no tolere el debate interno (es que me da la risa escribiendo esto), es la Iglesia. Y claro, la gente quiere que se adapte la institución a ellos y no al revés, toma ya. Y veo normal que el papa diga que el aborto es malo, ¿de qué se sorprende la gente? Es el papa, ¿qué va a decir? otra cosa es que tú te hayas enterado de que el siglo de las luces ya pasó, de que las revoluciones del XIX también, y de que vivimos, afortunadamente, en un mundo individualista que rinde pleitesía a la razón (en teoría, claro) y de que lo que diga el papa te importe tanto como lo que diga Tagore. Y si sientes culpa por masturbarte, o por que te den por culo o porque te coman la brinca del coño, puedes elegir entre considerarte toda la vida un pobre pecador y estar haciendo penitencia y pecando y haciendo penitencia y así ad nauseam, o te pones a pensar y desmontas lo que sea que te hayan inculcado y decides vivir con tus propias normas, o con las de la sociedad o con las de Anton LaVey. Pero no pretendas quedarte con sólo la parte que te interesa de a lo que quieres pertenecer, que es precisamente la más superficial y “bonita”. O hazte protestante, qué coño, que es la solución perfecta a todo conflicto que pueda generarte la relación con Dios, si es que crees en él.
Desde luego, yo si fuese cura, no le iba a dar la comunión a un solo divorciado, así me quemen en la hoguera esa panda de fariseos.