Sunday, April 27, 2014

Mad men, a mis brazos

En los últimos años y con la evidente bajada de nivel de las últimas temporadas, se ha abierto la veda para criticar a Mad Men, ese icono de nuestro tiempo. Que si pretenciosa (esto lo es de siempre y no tiene por qué ser tan malo), que si quiero y no puedo (esto da mucha pena cuando les pasa), que si vaya churro de capítulos psicodélicos le salen (esto es verdad y nos avergüenza a todos)... y todo eso es verdad, pero quiero romper una lanza a su favor, aunque maldita la falta le haga, y con un ejemplo muy concreto de todo lo bueno que tiene esta serie.
¿Por qué es, pese a todo, maravillosa Mad Men? En el último capítulo hay una escenita muy simple y sencilla que ejemplifica y resume todo lo sutil y bien escrita que pueden estar las aventuras de Don Draper, el follarín, y sus secuaces sin par: las dos secretarias negras de la agencia, Dawn y Shirley, se encuentran en la sala de café y tienen una conversación casual sobre lo hartas que están de sus jefes y las cuitas cotidianas de su vida laboral. En los últimos años hemos visto como la lucha por los derechos civiles iba haciéndose más visible en la serie, cómo aparecían personajes negros con nombres y apellidos y cómo de una forma casi inadvertible el relámpago del tiempo iba transformando el cada día. Otra serie nos mostraría una escena en la que los jefes y empleados de la agencia ningunean o miran con condescendencia a las nuevas chicas de color (negro); Mad men no. En Mad men Shirley y Dawn se intercambian sus nombres con un guiño (Dawn se refiere a Shirley como Dawn y viceversa), para que nos demos cuenta por su tonito de que es un chiste recurrente entre ellas por todas las veces que sus colegas de oficina las confunden porque simplemente son "las negras" (algo que me recuerda a un chiste muy gracioso, muy elegante y muy poco racista que hago a menudo diciendo que todos los negros son iguales que Seal, cuando es obvio que precisamente ningún negro se parece a Seal porque éste tiene la cara que parece la fachada del Guggenheim). Ese tipo de sutilezas que casi pasan desapercibidas pero que transmiten mejor que largos y alambicados discursos el espíritu de la época son los que harán que esta serie sea recordada en los programas nostálgicos del futuro.