(Entrada escrita un poco a cascoporro, golpeando el teclado y empezando las frases sin saber cómo voy a terminarlas. Vamos, como todas)
Últimamente pienso y hablo mucho sobre la maternidad. Líbreme dios de estar planteándome nada ni mucho menos, pero no sé qué pasa, si es que conozco a gente que tiene niños pequeños, que si tengo noticia de parturientas, que si el tema de “el parto es nuestro” siempre me ha interesado y últimamente he leído más cosas relacionadas con él, pero el caso es que dedico bastantes horas útiles de mi tiempo a este tema.
Yo no quiero tener hijos. La única razón por la que no añado un “nunca” a esta frase es porque aún soy joven (qué carajo, es verdad, ya no soy muuuy joven pero aún merezco ese adjetivo) y nunca hay que decir “ese cura no es mi padre” ni “a mí Madonna ni fu ni fa”, pero hoy por hoy mi instinto maternal es nulo. Soy harto vaga, y pienso en lo me cuesta muchas veces no meterme en cama en cuanto acaba el telediario nocturno, en lo cansado que resulta a veces tener una vida social y personal como para un encima criar a la vez un hijo, con lo cansado que es. Y me gusta mi vida, además, me gusta la idea de encaminarla hacia donde me venga en gana y egoístamente no quiero que ningún niño me la cambie. Y tener que hacer amistad con los padres de los amigos de mis hijos, qué horror. Y la de dinero que se gasta que podría invertirse en viajes, restaurantes caros, ropa bonita, ir al teatro. Y sobre todo que tampoco me gustan los niños, me siento incómoda en su presencia, no tengo mano, no los sé llevar y me agotan. Me gusta algún niño en particular, pero en general y sobre todo si van en packs multitudinarios, no. La mejor decisión de mi vida fue dejar el colegio, vamos, fuente de frustración y constantes contracturas en la espalda. Además a mí un niño de cinco años me pregunta qué quiere decir “ninfómana” o “eyaculación” y no sé darle una explicación “acorde con la edad”, sólo sé decir la verdad, lo cual probablemente genere más dudas y consultas y problemas porque su cabeza no lo puede entender, como cuando me encontré explicándoles a una clase de prepúberes lo que era la circuncisión y el frenillo, y decía cosas como “porque cuando el pene erecta...” y sudaba frío pensando “venga ya, algunos de vosotros ya tenéis que estar operados de fimosis”. A veces puedo encontrar seductora la idea de tener un niño de un modo abstracto, como para vestirle con ropita bonita (como quien tiene un Penique o la Rosaura), hacerle peinados guays y ponerle camisetas de los Misfits (pobre crío, casi mejor castrarme ya y no traer semejante engendro al mundo), o para recrearme en la idea de leerle cuentos por la noche y legarle mi colección de Los Cinco o la del Barco de Vapor o los Astérix o los Don Miki (o la herencia familiar, que es bastante más sustanciosa) pero sé que eso no es más que una idea inmadura de la maternidad, como la tienen las niñas pequeñas que juegan a ser madres o los famosos que tienen niños porque se pone de moda y queda mejor en las felicitaciones de Navidad. Y luego está la idea de que tener un hijo es, al fin y al cabo, arrancarte un pedazo de tu corazón y ponerlo a andar por el mundo, ahí, a expensas de que cualquier desalmado le haga daño, le haga bullyng o mobbing, le traume horriblemente o le viole o le haga ser infeliz. ¿Y si luego tu hijo no te cae bien? Yo supongo que le quieres porque claro, con esa cara de bambi que tienen los bebés digo yo que sus padres les tienen que querer por cojones, pero hablo de luego, cuando el niño crece y empieza a tener carácter, opiniones y manías que joden más que que no duerma por las noches o que no digiera bien la leche. Yo antes pensaba que la gente éramos más rollo papel en blanco, que nacíamos con poquito predeterminado y casi todo era la educación y el ambiente y tal, pero ahora pienso de que no, cambio de opinión como la psicología hace cada cinco años y creo que venimos con casi todo puesto de fábrica y nuestros padres y ambiente no pueden hacer mucho por nuestra forma de ser (excepto si, no sé, eres violadito de pequeño o tus padres son yonkis, que digo yo que esas cosas marcan más que nacer con una personalidad así o asá). Ya no hablo de te salga un hijo tonto o con una enfermedad grave, si no de que tu hijo sea tontícola. Igual al principio no lo ves así, pero con los años forzosamente tiene que haber cosas de tu hijo que detestas, o puedes llegar a odiarle mismamente. A mí me sale un niño que cree que decir “qué pasa neng” es gracioso y vamos, me pego un tiro (imitar a Chiquito no cuenta, eso es gracioso de verdad). Ya no digamos si es un cabrón con pintas, un garrulo o una persona, en definitiva, con la inteligencia y la cultura de una cabra. O, más en serio, encontrarte con que resulta que es una persona triste, con la autoestima baja, incapaz de afrontar sus problemas, buscarse la vida, inseguro y neurótico, un pobre infeliz. Teniendo en cuenta que la mayoría de la gente encaja perfectamente en esa definición, casi mejor no arriesgarse.
Aún así, cada vez me interesa más que la gente me hable de sus partos y los múltiples conflictos que genera la crianza. Pero con sinceridad, no con milongas. Que me hablen del cansancio, de la frustración, de los desencuentros con el mundo, con el infante y con la pareja (cuando la hay). Que me cuenten que el día del nacimiento de su hijo fue horrible, qué angustia, qué dudas, qué presión, qué no saber si lo sabrás hacer. Que me digan cómo se ha multiplicado su miedo a la muerte. Que le quiten mística e importancia. Que los padres reconozcan que tienen celos de sus hijos. Y, misteriosamente que, pese a todo, digan cuánto les merece la pena.