Friday, October 29, 2010

Josie, Snookie y la infanta Helen

Una ola de trabajo me mantiene apartada del ocio y el holgar (por suerte mañana hago un impasse obligatorio para irme a Frankfurt), aunque la tele que me crió siempre me acompaña. Esto es lo que tengo que decir de la programación televisiva de esta temporada:
- Se ha acabado Jersey Shore y mi corazón llora lágrimas de amor, como decía Carlos, de la llorada primera edición de Granjero Busca Esposa. Quien no sepa qué es Jersey Shore, puede encontrar una explicación aquí (por cierto, cómo me gustan los blogs de trending topics y este de pop etc de El país; a mí y a todo el mundo, que cada vez veo más reseñas en telediarios que juraría que han fusilado directamente de ahí). Jersey Shore es lo que debería ser Mujeres Hombres y Viceversa: los tronistas y a su recua de extraños seres vagando libres por La posada de las ánimas con un par de cámaras detrás para así no perdernos ni gota de sus andanzas, sus rollos, sus cuernos y sus bullas. Nada de platós ni de pruebas ni zarandajas, sólo “la vida en directo”. Tenía algo adictivo Jersey Shore que no sé muy bien cómo definir. Debe de ser la atracción por el abismo transformado aquí en tupé engominado o en hipnótico movimiento de las tetas de Jenni Wowww. O la presencia de Mike “The situation” y los graciosos e ingeniosísimos, dignos de Woodehouse, juegos de palabras que hacía con su mote. O ese poder hipnótico que tenían sus conversaciones, que eran cualquier cosa menos conversaciones porque no hablaban de ningún tema, no se decían nada, sólo se picaban, se puteaban, se roneaban, lanzaban frases hechas o comentarios tipo “qué peras, macho”. O esos aluflipantes bailes que se marcaban en locales como el Karma, llenos de gente de extraño y sudoroso aspecto. Estoy echando mucho de menos Jersey Shore. Ojalá estrenen pronto la siguiente temporada.

- Hablando de Jersey Shore, muchos hurras por la recién democratizada MTV. El regreso a mi vida de “Super sweet 16” –y la llegada de su reverso tenebroso, “Embarazada a los 16” no podía ser más oportuno. Demasiados cortes publicitarios, sí, pero el ritmo emtiviano es tan ágil que aunque pongan algo que no te gusta lo puedes ver igual porque no cansa, todo es ligero, todo es atractivo. Es la fórmula perfecta de la televisión.

- Este año, Gran Hermano NO.

- Ha acabado también la miniserie de Felipe Letizia, unánimemente considerada ya la comedia del año. Qué jartá de reir se ha pegado la gente a costa del guión, de los actores y del acento de Juanjo Puigcorbé (para mí conseguidísimo, en la línea de Fuentes cuando aún no era insoportable; las próximas veces que vea al Rey me costará no confundirle con el Rey-personaje interpretado por Puigcorbé). Aún dura la rechifla general. Por mi parte, yo casi muero del violento orgasmo que experimenté cuando el secretario -¡interpretado por Juan Cuesta!-, le dijo a la Reina Sofía “Majestad, le recuerdo que la semana que viene tenemos en Baden-Baden la reunión anual del Club Bilderberg y luego la entrega de los despachos en Marín”. Aplausos de gozo, reverencias de admiración.

- Y no dejo de recomendar la maravillosa, la obra de arte absoluta que es El armario de Josie. Cada día me cae mejor, me parece brillante, inteligentísimo, me encanta lo creativo que es con el lenguaje (“orgullo de bráckets” me llegó al corazón), lo simpático que es, río con sus chistes y disfruto muchísimo cuando en algún programa envían a una guapa-pero-lista reportera a reírse de él y al final él logra enmendarle la plana y dejarla sorprendida. Es listísimo Josie, sabe de todo, tiene respuesta para todo, conoce el arte del saber estar y además su programa termina con una escalofriante imagen de Josie balanceándose en una mecedora entre la penumbra. ¿Qué más se puede pedir?

Wednesday, October 06, 2010

Un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa

Trabajar en casa te proporciona (entre otras muchas cosas de las cuales la mejor y nunca suficientemente alabada es poder levantarte a las diez de la mañana) un superávit de energía y vitalidad que de algún modo hay que canalizar. La fuerza que normalmente se gasta en levantarse, meterse en el metro (esa fuente de gérmenes, contagios y enfermedades; el metro es a la vida adulta lo que la guardería es a la infancia) y estar en una oficina infecta diez horas, deja de gastarse y se queda contigo para que la emplees en algo de provecho o la tires por la borda. Naturalmente yo la tiro por la borda y la invierto en obsesionarme por cosas que de otro modo ocuparían solo un trocito de mi tiempo. Y mi obsesión del momento es, ahora mismo, “Orgullo y Prejuicio”.

Cómo me ha molado Jane Austen. He aplaudido, lanzado grititos, me he emocionado como una chiflada decimonónica mientras decía “¡carta de Darcy!” o “vuelve Bingley!”. He gozado como marrano en un charco con esas cosas que ahora no se pueden decir por aquello de lo políticamente correcto –aunque se sigan pensando- pero entonces sí, como que tienes una hija favorita o un hijo al que quieres menos que a todos los demás, o que hay que intentar casarse con alguien con dinero y que la pertenencia a diferentes estratos sociales pueden arruinar a una pareja. Tanta pena me daba dejar a los personajes de la novela que me he puesto a ver la serie que hicieron los de la BBC (que cuando se ponen a hacer las cosas bien no hay quien les gane, y todo en seis capítulos, quién necesita más) en 1995, y que contiene, para gusto de todos, un montón de escenas de Mister Darcy descamisado, sudado y despeinado (algo que en la novela no viene, no, pero que los espectadores -aunque románticos también hambrientos de carnaza- agradecemos). Y del Colin Firth que dio vida a Mister Darcy en esta serie hay un paso a acordarse de “El diario de Bridget Jones”, un libro divertidísimo y muy inteligente que creo que no ha sido suficientemente valorado, etiquetado con esa cosa tan fea que es “literatura femenina” o “literatura para mujeres” y que se emplea para referirse a horrores coñacísimos (jojo) como Marian Keyes o Johanna Lindsey. Ahora que he leído la obra original puedo apreciar del todo la estupenda reescritura del clásico que hace “El diario de Bridget Jones” (de igual modo que “Crueles intenciones” era una estupenda versión de “Las amistades peligrosas” o “10 razones para odiarte” de “La fierecilla domada”, y aquí no hay ni pizca de ironía posmoderna). Y en la escena al final del libro en la que el abogado Darcy aparece mojado y descamisado para desfacer el entuerto de la delincuente madre de Bridget veo a una Helen Fielding enamorándose poco antes, como media Inglaterra, del Colin Firth actor saliendo del lago interpretando al Darcy caballero de principios del XIX -escena de la que él jamás podrá desligarse-, y decidiendo escribir su propia versión en un Londres de final de siglo, y más allá a Jane Austen en su casita de la campiña ruborizadísima si algún día supiese que su muy puesto señor Darcy iba a dar pie a esa escena, bastante inocente pero lúbrica al fin y al cabo. Y ahora que he leído “Orgullo y prejuicio” y visto la serie ya no sólo entiendo, sino que comparto el ensoñamiento romántico de Bridget al imaginarse a “su” señor Darcy diciéndole “mi muy querida y hermosa Bridget” (en vez de “Elizabeth”), y veo la metaliteratura y la inspiración y el homenaje, y me gusta todavía más el libro de Jane Austen, el de Helen Fielding, Colin Firth y toda la pérfida Albión.