Wednesday, September 08, 2004

Enrique Jardiel Poncela, Foxy Brown

El peregrino atravesó el país en un largo y duro viaje.
Cruzó lagos, atravesó montañas, surcó ríos.
Todo hasta que llegó frente al Maestro.
-Maestro -le dijo el peregrino lleno de reverencia- ¿existe alguna respuesta?
-La hay, hijo mío- le respondió el Maestro.
-Y si es así, ¡oh, Maestro!, ¿cuál es la respuesta?
-La respuesta a todo, hijo mío, es Enrique Jardiel Poncela.
Mis reaccionarias y ancianas tías me han hecho un regalo. Llevaban días comentándolo como señuelo para que yo acudiese a visitarlas a su vetusto edificio, que posee un gran jardín en estado semiselvático rodeado de edificios de los que reciben pinzas y prendas menudas huídas de los tendederos. (todo suena muy a visita al Abuelo Simpson, pero nada que ver) (al menos, no demasiado)
Llegué allí, a su gran piso de mil dormitorios con colchas antidiluvianas y persianas perpetuamente bajadas (porqué esa lucha contra la luz del día?) y tras un rato de conversación con la vuelta ciclista de fondo, una de ellas se levantó diciendo: "es un recuerdo que debes tener" y salió de la salita. Mientras ella volvía, mi madrina me decía:
- es un recuerdo de tu abuela, lo dejó para tí.
- eso es imposible -objeté yo amablemente- mi abuela murió antes de que yo naciera, Isabel.
- ¿a sí?... oh, vaya... no lo recordaba... bueno, da igual -zanjó ella con toda la autoridad que la fecha de su nacimiento (1916, creo) le confiere.
Entonces llegó la otra con una gran bolsa blanca de plástico y con un movimiento de prestigitadora, sacó... una piel de zorro. Mi cara debió señalar lo mucho que me estaba corriendo, porque exclamó satisfecha:
- sabía que te gustaría.
Oh, vaya, es tremendamente años 20, o 30, totalmente cinematográfico, no es que me muera por las pieles, pero sí por todo lo que nadie menor de edad pueda recordar. La piel pertenecía a mi abuela "que vestía tan bien, era tan elegante..." señalaron ellas con un deje nostálgico, debiendo recordar que todos los parientes de su edad que tenían estaban al otro lado de una losa de mármol. No es sólo una piel, el zorrito mantiene su cabeza y su mórbido rabo y sus cuatro patas con las uñas y todo... es casi una disección, y me mira con sus botones vacíos sin fondo, tengo la sensación de que me va a morder el cuello de un momento a otro. Sí, es una piel de un inocente zorro que corría feliz por el monte, pero es tan rotunda en incontestablemenete bella... y el detalle de las patas le da un aire bestia que me encanta. No me la pondré nunca, por supuesto, el problema es que ahora no tengo dónde meterla, porque guardarla en un armario con los trajes de carnaval y los juegos de cama que no se usan lo encontraría cruel, y ahora que tengo algo tan de "Amor se escribe sin hache" me gustaría poder contemplarlo, e igual invoca la figura de mi abuela que viene de noche a ponérselo y pasearse por el salón de mi casa con una copa de champagne, con el rabo del zorro meneándose al compás de su cadera...
Me lo pondría para lucirlo por las playas de Cannes, si no fuera porque tendría miedo de que apareciese un grupo de activistas de la PETA liderados por Brigitte Bardot y me atacasen con un spray azul. O me despellejasen a mí, lo que sería una verdadera reivindicación.

Cuando cumpla treinta me mesaré los cabellos cual viuda de héroe troyano por volver a cumplir veinte, pero ahora, a poco más de una semana de cruzar esa frontera lingüística, la idea me resulta opresivamente agobiante. Creo que es fruto del cariño cogido a la costumbre de decir que tengo dieci (añádase cantidad) Y es que son cuatro años diciendo "diecialgo", y eso, quieras que no, es difícil de borrar en un sólo 8 de Octubre.
Soplapolleces aparte, creo que es la constatación de que nos vamos a morir inexorablemente, y de repente han pasado cinco años desde que escribí en alguna parte: "tengo miedo de que pasen otros cinco años en un soplido y preguntarme de pronto ¿dónde está mi vida?"(patético, ¿verdad? casi supera a este párrafo) Pues bien, esos cinco años han pasado, como si de una obra lorquiana se tratase, y heme aquí, ante la constatación de que avanzo hacia un oscuro túnel que termina con una imagen de mi cuerpo agonizante redactando mis últimas voluntades, estupefacta por, de pronto, encontrarme así, y pensando "si pudiera volver atrás... sí que le sacaría jugo a mi existencia, por lo menos como para justificar su existencia (la existencia de mi existencia, que me lío) ante mí misma." Y es que tenemos esa estúpida idea de que tenemos que "realizarnos", cumplir una misión, un deseo, o sino estaremos horriblemente frustrados y sin más función en la vida que dar de comer a nuestro psicoanalista. El día en el que alguien inventó el concepto de felicidad, todos empezamos a languidecer.
Me pregunto si un poco de terapia japonesa solucionará esto, con las energías del tai y los puntos chackras y el equilibrio del chi y etcéteras, hasta sentirte inexsistente e insignificante, y que ello te haga sentirte reconfortado, por extraño que parezca, dándole un nuevo enfoque a tu vida y a tu concepto de estabilidad emocional.
Mejor pongo "My baby just cares for me" que es mucho más efectivo.

El mundo es un enorme tango rebosante de vida por todas partes, en el que chorrea humanidad gimiente que nace, lucha, folla y muere como si de un inmenso circo compuesto con notas de bandoneón se tratase. Es lo sucio, tiene la autenticidad y el melodramatismo de una novela romántica del XIX o de cualquier capítulo de La Loba Herida. Por ello me encantan los tangos, porque son verbeneros, barriobajeros y mezclan un lirismo que envidiaría el propio Antonio Gala con la burdez en carne viva. Son tremendamente falaces y en eso está, precisamente, su autenticidad.
Ahí está esa visión tragicómica de la vida, que los sociólogos, simpre afanosos buscando algo con lo que justificar su existencia, equipararán con el "alma argentina", "esa emanción inasible destilada por mil pretéritos conciudadanos transformada en esencia de y etc etc etc" pero no intentemos hacer filosofía de lo que sólo es canción popular (tómese con acento irónico o no, lo dejo al gusto del consumidor); el caso es que los tangos son tremendamente pesimistas, son todo lo contrario a las canciones de cuna que hablan de mañanas felices y ositos en la luna, los tangos más bien versan sobre amores contrariados con putas sin ninguna pizca de ilusión, sobre miseria y soledad en un mundo egoísta e hipócrita que te dará la vuelta en cuanto deje de necesitarte porque "verás que todo es mentira, verás que nada es amor" Toda una lección para adolescentes embrutecidos tras el visionado de Operación Triunfo, que les ha dejado en un estado cromatoso en el que los sueños se cumplen y siempre hay aplausos y abrazos de tus queridos compañeros al ritmo de la batuta de rtve. Como terapia de choque deberían interiorizar las palabras yira, yira. "Yira" -tango compuesto por Enrique Santos Discépolo, desde su primera escucha un nuevo pope en nuestro olimpo particular- es el testamento moral de un "pobre otario" (deben ser las palabras más repetidas del mundo tanguístico, lunfardeemos un poco) que se dedica a despotricar sobre lo horrenda que es la vida con objeto de aleccionar a algún amigo inocentón cual concursante de Miss España, que aún no sabe que al mundo nada le importa, que la suerte es grela y fayando fayando de dejará tirado al final, y que los que estén a tu lado se probarán la ropa que vas a dejar, y te quedarás sin rumbo, desesperado... Es tan dolorosamente lúcido... a mi pesar, he de decir que "duele duele duele"

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