Wednesday, September 08, 2004

Dorothy Parker, A los hombres les gusta/no les gusta, chico Gaim

Asturias roja y dinamitera
Uno de los relatos de Dorothy Parker (y el círculo vicioso) que más me ha impactado y epatado –también hay que tener en cuenta que yo ya estaba un poco sensible por el anterior, que en lugar de hablar de la triste vida de las damas neoyorquinas con mucha ironía e inteligencia era una especie de dickensiano episodio de racismo sureño que ríase usted de El color púrpura- ha sido uno llamado Soldados de la República, porque es totalmente representante de eso que la gente de fuera, los extranjeros, entienden por "carácter español" en el sentido de pundonor y caballerosidad y orgullo y quijotismo. Que es un tópico como otro cualquiera, pero al verlo escrito es un tópico que mola. Claro que soy bastante sensible al tema guerra civil y tal, me apasiona bastante diría si no fuera porque decir "me apasiona la guerra civil" es una pedantería y de lo más zafio y gratuito, además. Claro que quien soy yo para decir qué es gratuito y qué no lo es, que ni que fuera yo Lucas Arraut (por cierto, en la nueva Marie Claire sale Beckham en la portada. Es algo revolucionario ¡un hombre a la portada de una revista femenina no pornográfica!) pero bueno, lo digo porque me sale del coño y punto.
El cuento es bastante breve, y relata cómo está la Señora Parker (y el círculo vicioso) en un café de la Valencia de la Guerra, cómo la gente permanece charlando ajena a los bombardeos recientes, y tal. Hay por ahí un montón de soldados harapientos y mujeres guapas (claro) y niños serios, y la Señora Parker (y el círculo vicioso) está con unos amigos americanos y una chiquita sueca que habla mil idiomas y les sirve de intérprete. Así que se ponen a hablar con unos soldados republicanos (claro), a los que les ofrece la narradora tabaco, "aunque el tabaco rubio a los españoles no les sabe a nada", y hablan con ellos y la Señora Parker (y el círculo vicioso) se siente una gorda cerda. Ellos les cuentan que han nacido en zonas pobres, de esa pobreza que uno quiere pensar que ya no existe, que llevan un año en la guerra y desde entonces no han visto a sus familias, ninguno. Uno tiene tres hijos, otro dos, otro cinco, esas cosas. Lo cuentan sin ningún dramatismo, la señora Parker (y el círculo vicioso) no es capaz de decir con cuánta normalidad lo dicen. Uno sabe que su mujer y prole están en Francia, que no pasan en hambre pero que ella no tiene nada de hilo para remendar la ropa, y ese pensamiento le obsesiona, al soldado republicano. Luego los hombres se van y los americanos les dan su tabaco, tres cajetillas para seis hombres, o algo así, y la Señora Parker se siente de nuevo una puerca insultante con su presencia. Se van los soldados y el grupito se queda callado un rato. El cuento termina con este párrafo:
"Al cabo de un rato llegó la hora de marcharnos; la muchacha sueca levantó las manos por encima de la cabeza y dio dos palmadas para llamar al camarero. El camarero acudió, pero no hizo más que sacudir la cabeza y la mano y se alejó.
Los soldados nos habían pagado las copas."
Como les gusta a los hombres que sean las mujeres y como no les gusta a los hombres que sean las mujeres.
A los hombres les gusta que sean bonitas. En esto están de acuerdo todos. Y por "bonitas" entienden no tan sólo que sea una cara "mona", sino graciosa y sobre todo expresiva.
A los hombres no les gusta que tengan ese aspecto hostil de la "belleza fría".
A los hombres les gusta que sean simpáticas y amables.
A los hombres no les gusta que sean orgullosas, fatuas, engreídas, pagadas de sí mismas.
A los hombres les gusta que tengan buen tipo. Un poco llenitas, pero sin admitir un solo kilo más.
A los hombres no les gusta que sean gordas, o raquíticas.
A los hombres les gusta que tengan una estatura mediana y sean más bajas que ellos, incluido tacón.
A los hombres no les gusta que le hagan la competencia a los postes de telégrafo.
A los hombres les gusta que vistan bien y se peinen mejor. Que sigan la moda y parezcan modelos.
A los hombres no les gusta... pero que no sean demasiado llamativas. ¡Difícil de compaginar, ¿verdad?
A los hombres les gusta que sean celosamente limpias. ¡Ojo a los zapatos!
A los hombres no les gusta que se les vea el tono natural bajo la careta del maquillaje.
A los hombres les gusta que no se pinten ni maquillen, ni tengan cara de desenterradas (en realidad, lo que a ellos les gusta es que no se os note que vais pintadas y maquilladas)
A los hombres no les gusta que parezcan una corista de revista que se escapó del escenario.
A los hombres les gusta que las mire la gente al pasar. Que causen sensación y que los amigos les envidien cuando te llevan del brazo.
A los hombres no les gusta que paséis inadvertidas y nadie os haga caso. O mucho peor todavía: que coqueteéis con los amigos de vuestro acompañante.
A los hombres les gusta que les guste el hogar.
A los hombres no les gusta que sean callejeras.
A los hombres les gusta pero que estén a punto de echar una canita al aire; y cuando él proponga salir adonde quiera que sea, aceptéis enseguida con la mejor sonrisa colgada de los labios y el júbilo inundando vuestro rostro.
A los hombres no les gusta que tengan siempre a mano esas turbias excusas del "¡Ay, querido!, ¿por qué no lo dejamos para otro día?" ¡Estoy tan cansada! O "Es que tengo un dolor de cabeza que voy a tener que acostarme enseguida"
A los hombres les gusta que tengan un barniz cultural que les permita sostener una larga conversación sin hacer el ridículo ante los amigos de él.
A los hombres no les gusta que sean analfabetas o, mucho peor todavía, tan sabihondas que a quien hagan quedar en ridículo sea a ellos.
A los hombres les gusta que sepan escuchar y se interesen por sus cosas.
A los hombres no les gusta que traten de imponer su pequeño mundo de cotilleo y cominerías de portería.
A los hombres les gusta que se sientan inferiores al hombre elegido (o que lo hagan ver en todo caso) y que lo demuestren.
A los hombres no les gusta que sientan pujos de superioridad e intenten dominar... ¡Eso, un hombre lo perdona muy difícilmente!
A los hombres les gusta que se hagan cargo de la verdadera situación económica, y no pidan la luna.
A los hombres no les gusta que les pongan en el trance de hacer un desaire... o de otra cosa peor.
Si reúnes estas catorce cualidades que acabo de enumerar, ya puedes decir que eres
UNA MUJER PERFECTA
Según el punto de vista masculino, que es el único punto de vista que debe interesarte complacer.

En 1999 mis compañeritas de clase y yo creamos una asociación: el GAIM: Grupo Autista Independiente Marginado. Como su propio nombre indica, era un club para institucionalizar nuestra situación en una clase en la que nadie nos hablaba y los profesores evaluaban en masa poniendónos las mismas notas en bloque. Teníamos una actividad de lo más fructuosa: a diario realizábamos múltiples actividades que compaginábamos con las clases de filosofía o historia, con un afán y una constancia que ríase usted de asociaciones contraculturales al uso. Hacíamos test del estilo de ¿Eres Gaim? en los que las preguntas eran del estilo de:
Al salir de clase (wow) ¿qué haces?
quedas con tus amigos para ir de marcha
les cuentas a tus padres cómo ha ido tu día escolar
te sitúas frente a tu pared blanca y te das cabezazos contra ella
Adivinen cuál era la respuesta idónea para ser más gaim que nadie. También creábamos nuestro propio vocabulario, con expresiones del estilo de: "La mestri está Topacio", y la propia expresión "ayer en la comida familiar estuve súper gaim" hacía que el público no iniciado la confundiese con un "ayer en la comida familiar estuve súper gay", pronunciado al inexperto modo patrio. Incluso creamos un chico gaim ideal, que tenía que cumplir condiciones del estilo de "tener todos los dientes" o "carecer de pelo en el pecho" La lista del Chico Gaim se popularizó ajena a nosotros, los creadores, y fue fotocopiada y repartida con gran éxito pos los institutos anexos al nuestro, gozando de una popularidad totalmente extraña al auténtico espíritu del Gaim, pero que disfrutábamos encantadas desde el anonimato.
También realizábamos entregas de premios al Autista de la semana y al Autista del mes, examinando fotografías y echando la vista atrás para contabilizar el número de salidas del hogar en búsqueda de expansionismo social.
Teníamos un logotipo, por supuesto: un diseño sencillo (que no simple) y la mar de representativo: un hombrecito con la cabeza metida dentro de un retrete; símbolo que aparecía representado en todos nuestros documentos, ya fuesen encuestas, test de feminidad o modos de abstraerse como el "despegar", abrochándonos los cinturones y colocando la silla en posición oblicua para simular el despegue hacia latitudes más agradables.
Qué tiempos aquellos, coño.

1 comment:

Anonymous said...

Interesante articulo, estoy de acuerdo contigo aunque no al 100%:)