Sunday, February 05, 2012

Un animal enorme, herido e iracundo

Desde que supe de la existencia y avatares de Sergéi Diágilev (gracias a la exposición sobre ballets rusos del Caixaforum que viene directamente del-suspiro- Victoria y Alberto de Londres) no dejo de encontrar referencias a él, a su atormentada historia con Nijinsky, a la Consagración de la Primavera y a Stravinsky por todas partes. Y uno se pregunta cómo es posible compartir -ejem, ustedes comprenden aquí el significado de "compartir"- existencia con una presencia que está tan en todas partes (no al nivel del "Ai si eu te pego", pero poco menos) sin reparar jamás en su presencia, como me pasó con Nikola Tesla al que yo, confieso, desconocía complemente hasta que en un viaje a Croacia supimos de él y de su magiaciencia y desde entonces aparece con muchísima frecuencia en mi vida, asomando la cabeza ya sea encarnado en David Bowie o en un reportaje del canal 24 horas sobre Edison y sus maldades.

Además hay algo muy emocionante en encontrarte en vivo y en directo con los mismos trajes que llevaron los bailarines de La consagración de la Primavera la noche de su estreno, trajes que tú has visto ilustrados en Lost Girls, una de esas maravillas de una de la personas vivas que más admiras –Alan Moore-, en la escena final del primer tomo, en la que las protagonistas asisten alucinadas a la accidentada representación en la que el público se vuelve loco, se indigna, se monta un pifostio, el teatro de cae a cachos, ellas se ponen a follar y terminan desalojando el lugar mientras al fondo Nijinsky insulta al público gritándoles que son unos paletos. Y las protagonistas de Lost Girls sellan su amistad a la salida y es todo como un anticipo de la destrucción que se le avecina a Europa. Así que ves esos vestidos expuestos delante de tu cara que son así como de campesino ruso huyendo de la vacuna, y luego vas a comprobar los dibujos que hizo Melinda Gebbie de los mismos, que están tal cualitos plasmados, y piensas en si ella o el propio Alan Moore habrán visitado algún archivo del Museo Victoria y Alberto para documentarse, o si es posible que incluso hayan estado delante de esos mismo vestidos que tú tienes ante tus narices, y te sientes más cerca del genio y notas lo pequeñísimo que es el mundo. ¿Conclusión? Que hay que ir mucho a exposiciones, que da mucho gustirrinín.

3 comments:

SisterBoy said...

Pues hablando de Alan Moore al final me he leído "From Hell", coincido en tu entusiasmo por el capítulo IV y ese recorrido esotérico por el Londres del XIX, ganas dan de apuntarse el tour para repetirlo si alguna vez vuelvo a la tierra de las judias para desayunar.

También me ha gustado el detalle de que Moore reservara su sentido del humor para el apéndice donde se describen todas las bizarras teorías sobre quién era el verdadero carnicero de Whitechapel

Ra está en la aldea said...

Especialmente maravillosa la viñeta en la que viene a decir que igual no hubo ningún asesino y que Mary Kelly fue una suicida especialmente creativa.

W said...

Propongo bautizar este fenómeno según el cual pasas de no advertir a ver algo por todas partes como efecto Diágilev.