Trabajar en casa te proporciona (entre otras muchas cosas de las cuales la mejor y nunca suficientemente alabada es poder levantarte a las diez de la mañana) un superávit de energía y vitalidad que de algún modo hay que canalizar. La fuerza que normalmente se gasta en levantarse, meterse en el metro (esa fuente de gérmenes, contagios y enfermedades; el metro es a la vida adulta lo que la guardería es a la infancia) y estar en una oficina infecta diez horas, deja de gastarse y se queda contigo para que la emplees en algo de provecho o la tires por la borda. Naturalmente yo la tiro por la borda y la invierto en obsesionarme por cosas que de otro modo ocuparían solo un trocito de mi tiempo. Y mi obsesión del momento es, ahora mismo, “Orgullo y Prejuicio”.
Cómo me ha molado Jane Austen. He aplaudido, lanzado grititos, me he emocionado como una chiflada decimonónica mientras decía “¡carta de Darcy!” o “vuelve Bingley!”. He gozado como marrano en un charco con esas cosas que ahora no se pueden decir por aquello de lo políticamente correcto –aunque se sigan pensando- pero entonces sí, como que tienes una hija favorita o un hijo al que quieres menos que a todos los demás, o que hay que intentar casarse con alguien con dinero y que la pertenencia a diferentes estratos sociales pueden arruinar a una pareja. Tanta pena me daba dejar a los personajes de la novela que me he puesto a ver la serie que hicieron los de la BBC (que cuando se ponen a hacer las cosas bien no hay quien les gane, y todo en seis capítulos, quién necesita más) en 1995, y que contiene, para gusto de todos, un montón de escenas de Mister Darcy descamisado, sudado y despeinado (algo que en la novela no viene, no, pero que los espectadores -aunque románticos también hambrientos de carnaza- agradecemos). Y del Colin Firth que dio vida a Mister Darcy en esta serie hay un paso a acordarse de “El diario de Bridget Jones”, un libro divertidísimo y muy inteligente que creo que no ha sido suficientemente valorado, etiquetado con esa cosa tan fea que es “literatura femenina” o “literatura para mujeres” y que se emplea para referirse a horrores coñacísimos (jojo) como Marian Keyes o Johanna Lindsey. Ahora que he leído la obra original puedo apreciar del todo la estupenda reescritura del clásico que hace “El diario de Bridget Jones” (de igual modo que “Crueles intenciones” era una estupenda versión de “Las amistades peligrosas” o “10 razones para odiarte” de “La fierecilla domada”, y aquí no hay ni pizca de ironía posmoderna). Y en la escena al final del libro en la que el abogado Darcy aparece mojado y descamisado para desfacer el entuerto de la delincuente madre de Bridget veo a una Helen Fielding enamorándose poco antes, como media Inglaterra, del Colin Firth actor saliendo del lago interpretando al Darcy caballero de principios del XIX -escena de la que él jamás podrá desligarse-, y decidiendo escribir su propia versión en un Londres de final de siglo, y más allá a Jane Austen en su casita de la campiña ruborizadísima si algún día supiese que su muy puesto señor Darcy iba a dar pie a esa escena, bastante inocente pero lúbrica al fin y al cabo. Y ahora que he leído “Orgullo y prejuicio” y visto la serie ya no sólo entiendo, sino que comparto el ensoñamiento romántico de Bridget al imaginarse a “su” señor Darcy diciéndole “mi muy querida y hermosa Bridget” (en vez de “Elizabeth”), y veo la metaliteratura y la inspiración y el homenaje, y me gusta todavía más el libro de Jane Austen, el de Helen Fielding, Colin Firth y toda la pérfida Albión.
3 comments:
Jane Austen es la diversión y la emoción, la Indiana Jones de las aventuras domésticas y epistolares.
Mi afición a Jane Austen viene de lejos, y cuando leí EL DIARIO DE BRIDGET JONES, la leí con otros ojos, con los ojos de quien ya conoce al Darcy de ORGULLO Y PREJUICIO, aissss!!! Esas lecturas son las que te hacen disfrutar, pero disfrutar de verdad, y bueno Colin Flirth debe estarle eternamente agradecido a la Austen aunque les separe mucho tiempo de por medio, jeje!!
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