Wednesday, June 15, 2011

Vanavaina Okohonga

Grande es la vergüenza que siento cuando me río a carcajada limpia viendo "Perdidos en la ciudad". Debería hablar en pasado, porque el programa terminó, con gran despliegue de llantos (de sus protagonistas al despedirse y míos en el sofá al verles), este domingo.
Ya fui en mi día gran fan de la primera edición de "Perdidos en la tribu" pese a su repetitivismo e incidencia en chorradas como lo terrible que es carretar mierda de caballo, así que grande fue mi alborozo al enterarme de que habría segunda edición, esta vez con los de las tribus visitando a los españoles en sus ciudades. También me pareció estupendo que solo devolviesen la visita los mentawai y los himbas, porque la verdad es que la familia canaria que visitó a los pigmeos eran bastante rollo, pese a que los pigmeos hablasen como en "Los dioses deben estar locos" y su jefe tuviese una fascinante cara semiaplastada por una patada de jirafa. Los que yo y todos los espectadores echábamos de menos era a la simpática familia barcelonina de las gemelas, que se integraron de maravilla en el Okohonga y todo era fantástico y maravilloso, y a la pareja madrileña formada por Sonia y Luismi, paradigma de la white trash y de lo pasivo-agresivo, y a los dos hijos de ella que correspondían a los tronchantes nombres de "Johnny" y "Ventura" (aún no me lo creo, ¡llamar a tus hijos Johnny Ventura!, ¿ya sabía con el primero que tendría otro varón?). Dos años después los buenos señores de Cuatro han tenido a bien obsequiarnos con una segunda parte de las peripecias de las familias y el resultado no podía ser mejor: por una parte tenemos a la familia catalana que debido a la crisis han tenido que emigrar a Vitoria pero lo llevan todo con alegría y buen humor. El padre, Jose, sigue siendo el rey de la juerga, su mujer sigue estando de muy buen ver y sus gemelas son unos bombones que ya están integradísimas en su nueva ciudad. Los madriletas, claro, todo lo contrario: Sonia y Luismi se han separado y nos encontramos a él más delgado, con un punto de modernidad en su vestuario y un pisito de soltero, sí, pero profundamente solo y profundamente deprimido. Ver a Luismi llorando al despedirse de los mentawai y diciendo lo solo que se siente en su casa hace que sintamos compasión por todos los cuarentones divorciados. Y eso que en realidad está muy bien que se haya separado de Sonia, que era una paleta y estaba como una cabra ya en Indonesia. En Madrid no la vemos mejor: no ha superado la trágica muerte de sus padres (se insinúa la terrible posibilidad de que su madre se haya suicidado) y los mentawais dicen que no la encuentran feliz, que llora por todo y está, en definitiva, como unas maracas. En cambio a Johnny a Ventura les he visto muy bien, menos asalvajados, más asentados y muy cariñosos.
La visita de las tribus, en fin, para qué incidir en el tema: una vergüenza todo desde el punto de vista antropológico y etnográfico (e incluso antropofágico); un insulto a la inteligencia y una carga de condescendencia primermundista que chocaba con la sinceridad, la lógica, el sentido común y el encanto de los miembros de cada tribu. Cuando se conocieron los de Namibia con los de Indonesia fue como si colisionasen dos planetas produciéndose un festival del humor y del malrollismo que dejó claro que eso de la alianza de civilizaciones es un cuento chino y que el ser humano desconfía del vecino y del diferente, del maricón y de la bruja. Y aún así, ¡qué jartá de reir! La lógica me dice que todo es un montaje, claro, y que los miembros de estas tribus viven en una especie de parque temático para que los turistas en plan Carmen Martínez Bordiú puedan sacarse una foto delante de su cabañita y sentirse muy intrépidos y muy doctor Livingstone con su salacot, y que cuando el turista se ponen el chándal y se acomodan en un sofá a ver un partido de fúrbor, pero aún así qué importa eso cuando puedes ver una y otra vez escenas tan terribles como la visita de los himba al museo de cera de Barcelona (a quién e le ocurre, los guionistas estuvieron muy desacertados ahí) o tan chiflantes como los mentawai bailando con una gogó y cantando Paquito el Chocolatero. O cuando los himbas lloraron de emoción delante de los castelleres. O los mentawai volando en un extraño aparato. O los himba viendo el mar por primera vez y huyendo aterrorizados y llorosos después. O los mentawai en el parque de atracciones de Madrid. Vergüenza de uno mismo, sí, pero terrible placer.
Dudo que volvamos a saber más de estas personas que tan queridas se han vuelto en mi corazón. He perdido la esperanza de que en el último programa Luismi se fuese con los Mentawai a Indonesia y se dedicase el resto de su vida cazar con lanza, como todos deseábamos. Nunca sabremos si los guapísimos y atractivísimos gemelos himba llegaron a mojar con alguna joven vasca o catalana, como sin duda merecían. No sé si alguna de las familias volverá dentro de unos años a Namibia o Indonesia, pero sus lágrimas al despedirse (con parte de alivio por volver a la rutina también, imagino) parecían sinceras y se contagiaban como las lágrimas de unos Erasmus que se despiden para siempre. En cualquier caso, siempre nos quedarán las imágenes de recuerdo: http://www.cuatro.com/perdidos-en-la-ciudad/
Y, de postre, esta portada que me dejó con la boca abierta y los ojos como platos en la estación de trenes de Alicante:



4 comments:

A.Recio said...

¡Qué pechotes!

SisterBoy said...

Lo he visto muy de pasada, la verdad es que parecía algo en lo que detenerse, de las hazañas de la familia chicharrera en la quimbabas sí que tuve noticia en su día, menos mal que no participaron en esta edición.

Por lo poco que vi me pareció que los himba estaban más salidos que el pico de una plancha, no sé si al final consiguieron algún alivio aunque en Vitoria me da que lo tenían chungo

Pondakae said...

Hola, guapa.
Lo cierto es que en el poblado ha causado sensación la portada. A ver, en Okohonga estamos acostumbrados a ver a las mujeres en tetas, pero la verdad, no esperábamos ver así a Wainena y a Kabedapa. Es un poco desconcertante, ya que cuando estuvieron aquí no enseñaron ni un pezón, y cuando llegamos a España no quisieron ni morrearse con nosotros.Ni ellas ni sus amigas, vaya, que muy sonrientes y tal pero luego nada, y Vanavaina yo palotes y con las orejas escocidas de los golpes que nos dábamos, a mano abierta, para expresar nuestro solaz. En fin, podéis imaginaros lo que sentimos cuando nos comunicaron que teníamos que ir a Vitoria, y Buturabihende nos habló de la ancestral reticencia al coito casual de las vascas.A dormir.

arologia said...

Me encantaron los himba. Mis preferidos junto con la mamá suri que vino a España este año.