Más allá de los años locos de la adolescencia –locos porque
menudos premios, ¡Shakespeare in love! ¡El paciente inglés! Maldito Harvey
Weinstein- nunca les he prestado especial atención a los Óscar, más allá del
palmarés y la alfombra roja, aunque haya visto en ocasiones la gala y me
empolle siempre todo lo publicado sobre nominados y premiados. Este año, sin
embargo, con la llegada del podcast de
La Sexta Nominada, estoy totalmente on fire siguiendo la carrera como si no hubiera
un mañana desde los tiempos en los que se pensaban que la pobre Ana Karenina
tenía alguna posibilidad. Así que estoy enganchadísima, sabiendo por supuesto que
son unos premios absurdos en los que lo cinematográfico corre paralelamente y
en el que la calidad y el verdadero talento no tienen por qué entrar en juego,
planeando verme todas las nominadas para por una vez, tener una opinión fundada
sobre algo, aunque siempre estoy muy a favor de opinar de todo sin tener ni
idea de nada, que eran un poco lo que hacían los de La Sexta nominada, elucubrando
sobre si tal actriz estaría nominada sin que se hubiese estrenado todavía su
película en ninguna parte. Y como no hay nada más pesado que los antioscar y el
fetiche de los premios y las listas es al fin y al cabo una cosa muy guay,
empezamos a repasar las películas (nada promete que este repaso se quede aquí).
Los Miserables: Medio mundo la ama y medio mundo la detesta.
Yo estoy un poco pueh; me aburrió por momentos, en otros disfruté mucho –porque
con unos jóvenes muriendo por la revolución ya me entusiasmo- pero no terminó
de convencerme. Vaya por delante que yo soy de rotundo sí al cine musical y que
ya sabía de antemano el tipo de musical que era (me sorprendió que nadie en mi
sesión abandonase la sala, que estamos en España y a la gente no le gusta leer
subtítulos); de hecho le comenté a una amiga antes de ir juntas a verla “por
cierto, creo que es todo el rato todo el rato cantando, que se parece más a una
ópera que a un musical tradicional” y ella me dijo “bueno, pero en el tráiler se les ve hablando”. He ahí
el tema: que se elijan para promocionarla algunas de las aproximadamente diez
frases de la película que no son cantadas. Ya lo decían en La Sexta Nominada,
que en Europa muchas veces se promocionan las películas musicales obviando que
lo son, ¿y esto qué es? Pues una vergüenza y un armarizante insoportable.
También creo que hoy es imperdonable ir al cine sin saber muy bien qué es lo
que vas a ver, aunque luego esto da
lugar a tronchantes anécdotas como la de la adolescente que contó que había ido
a ver la película porque creía que era de miedo y luego resultó que estaban
todo el rato cantando y ambientado en el año de la nana. Bravo por ella.
La historia es que para mí, perdóname Víctor Hugo, “Los
miserables” siempre será el material con el que se hizo una de las historietas
Disney mejores de la historia y, por ende, una de las mejores historias de la ficción
occidental: “El misterio de los candelabros”, en la que Jean Valjean se
convertía en Patojean, el forzado redimido, la prostituta Fantine desaparecía
púdicamente y los Thénandier (Patapalo y Trudy) se asociaban con los
Apandadores en una historia en la que los candelabros eran el símbolo de la
redención humana y también la llave para encontrar el tesoro de Carlomagno. Tengo
tan en la epidermis esa historia que hasta la cabecera de ahí arriba elaborada
con mis hábiles conocimientos de Paint está tomada de una de las primeras
viñetas. Aparte de las peripecias de los patos con los que aprendí más del mapa
de París y de la historia medieval de Francia que con toda la EGB, mi otro
acercamiento a Los Miserables fue con la
película de
Liam Neeson que, sin haber vuelto a ver en quince años, sigo recordando como
muy recomendable. Desde luego en ella se entiende mejor la relación entre
Valjean y Fantine –que en el musical queda casi obviada y de hecho cuando al
final ves que el envejecido Valjean habla del espíritu de Fantine con amor te
quedas un poco con la sensación de que te has perdido algo- y también el
proceso de decadencia y caída de la mujer está mejor explicadito y resulta más
conmovedor. Si cuando Uma Thurman empieza a prostituirse apareciese el número de “I dreamed a dream” sí que hubiese
llorado a lágrima viva, cuando en el musical, siendo como es una escena bastante
perfecta y emocionante, con esos ojos enormes de Bambi de Anne Hathaway, es tan
precipitada que no te da tiempo a haber empatizado apenas con ella. Y sobre
todo reivindico la figura del Mario de Pontmercy de la primera película, un
bellísimo joven llamado Hans Matheson al que parecía haberse tragado la tierra
muchísimo más molón como héroe romántico que Eddie Redmayne, que muy bien, pero
es FEO.
Muy bien haber grabado las canciones a la vez que los
actores interpretaban; el escenario, quitando el barco del principio, un
teatrillo de cartón piedra; el maquillaje, una cosa grotesca que no por
pretender precisamente ser grotesca resulta menos grotesca; Éponine, al contrario que al resto del mundo, a mí no me gusta nada porque sus cejas están demasiado depiladas; Russell Crowe, que
se defiende bastante digno, tiene algún momento que encuentro hilarante con ese
tono que podría ser yo misma impostando la voz, y en concreto el minuto 1:50 de
este vídeo me parece alta comedia. Además tengo que mencionar que cuando veía en
los subtítulos esas traducciones un poco extrañas del texto original no podía
parar de acordarme de
esta entrada del tumblr “Poco más que bandas sonoras” en la que se habla de esa
abracadabrante adaptación de la letra original, aparte de reconocer que aún a día
de hoy, veinte años después de su estreno, me sigue pareciendo increíble todo
el concepto de convertir una novela decimonónica de Víctor Hugo, más bien
densita, en un musical para el teatro.
Pese a todo, me gustaría ver ganar a Anne Hathaway el
Óscar a mejor actriz secundaria porque menudo disgusto si no lo consigue ahora
que todo el mundo lo da por cantado, porque fue a un estreno sin bragas, porque está motivadísima y porque, sencillamente, sería muy bonito
ver con un Óscar a la Princesa por Sorpresa.