Que anteriormente haya demostrado mi entusiasmo por la boda de la Duquesa de Alba no quiere decir que no hubiese jaleado con idéntico entusiasmo la irrupción de los jornaleros andaluces en sus tierras con intenciones okupatorias. Que lo cortés no quita lo valiente y no me he vuelto del todo gilipollas. Los sindicalistas, sin embargo, han optado por no sumarse al enlace considerando que aparecer hoy al grito de "tierra y libertad" en el palacio de Dueñas hubiera sido oportunista y poco serio. Bien por ellos, aunque me da un poco de rabia porque ya habría sido la gota que hubiera colmado el vaso de este cuadro barroco que está siendo la boda de la Duquesa.
Yo no tengo palabras, así que abandonaré las alambicadas frases subordinadas que luego me hago un lío y escribo horrores gramaticales como la anterior entrada, que me pilló con el colmillo goteante y publiqué si releer lo escrito (craso error, no lo hagáis nunca, ni con testamentos ni con sms):
Baño de multitudes que se pelean por el ramo con rosas de pitiminí: sí, digo sí.
Que el Mocito Feliz no sea la persona de físico más alternativo del evento: bravo.
Presencia de gente vieja, coja y fea en los medios, aunque sean millonarios: por supuesto que sí.
Irrupción de los Siempre así cantando la "Salve Rociera": a eso lo llamo yo coherencia.
Triunfo total y canonización inmediata de los Victorio y Lucchino: no por esperado y no necesario menos aplaudible.
Ceremonia tan íntima que parece que los invitados estén haciendo corrillo en el Corral de la Pacheca: lovely.
Escenas de baile con pies descalzos que parecen sacadas del peor sketch de Los Morancos: siempre a favor de que la realidad supere a la ficción.
Saber que estás asistiendo a uno de esos días que entran inmeditamente en el olimpo de eso tan difícil de definir pero tan identificable que es Ejpaña: ¡claro que sí, claro que sí!