Wednesday, September 23, 2009

Manía nº 18

Cuando me voy de viaje, necesito hacer la maleta con al menos dos días de antelación. A veces he intentado quitarme de esto dejándolo para al día antes, en plan "bah, pero si son dos bragas y una camiseta lo que hay que meter, déjalo para el día antes", pero no puedo, no puedo. He llegado a estar en camita metida con un libro en las manos y levantarme como un resorte en plan "¡No puedo más, se acabó, tengo que hacerlo" como dice una amiga que le pasaba con un aparato de esos que te sorprendes de cómo avanza la humanidad para espantar a los mosquitos, uno que emitía una señal acústica que a ellos los horripiliza y que tú apenas la notas, en teoría, porque se oye así como un zumbidito bajito bajito, y esta amiga dice que se acostaba tan tranquila y de repente se despertaba en medio de la noche y tenía que apagar el zumbido de un manotazo, porque le estaba perforando el cerebro. Pues eso, eso me pasa a mí con (no) hacer la maleta. Y repaso una y otra vez la lista de productos de aseo personal que tengo que llevarme, lo cual no es óbice para que en alguna ocasión me haya olvidado de cosas muy importantes como una caja de tampones o líquido de lentillas o el cargador del móvil. Lo peor del mundo, olvidarte de alguna cosa imprescindible al hacer la maleta (y que te roben el bolso; que te roben el bolso es casi casi tan malo como que te violen).
Hoy por ejemplo, tengo la maleta hecha (porque me voy mañana a Lisboa, ja) (esto me recuerda la última vez que estuve en Lisboa, hace ya más de un lustro, poco después de un flirt con un fascista que estaba totalmente como una chota pero que a mí me ponía pinochet. Hay que ver cómo es la vida) desde el lunes, y mirarla desde la distancia y saber que ya está lista me llena de una paz y una tranquilidad muy necesaria en estos días en los que tengo tanto trabajo que me vuelvo loca e irme de viaje es lo peor que puedo hacer, además. Y el caso es que antes no me pasaba esto, me pasa, curiosamente, desde que viajo más y tengo que hacer muchas maletas. Y supongo que la conclusión de esto es que con los años no nos volvemos mejores ni más comprensivos, sino que se nos acrecientan las manías y nos volvemos unos raros. Y es que yo siempre he llevado una vieja dentro de mí.
(Curiosamente, en cuanto llego a casa tengo que deshacer la maleta inmediatamente. El acto de coger la ropa sucia del viaje y meterla en la lavadora es uno de los gestos que más paz, bienestar y endorfinas me da).

Wednesday, September 16, 2009

El loco, loco mundo de agua.

Hace un par de días vi en la Sexta (argh) parte de Waterworld por primera vez. Entre otras muchas cosas me dejó flipada el siguiente diálogo:
(Kevin Costner y Jeanne Tripplehorn navegan a bordo de un velero. Se divisa al fondo una plataforma de esas que parecen petrolíferas chungas en las que viven los pobres desgraciados que pueblan el Waterworld)
Jeanne: ¡Mira, una plataforma!
Kevin: Es un puesto comercial (les grita unas cosas ininteligibles).
Jeanne: ¿En qué idioma les hablas?
Kevin: En PORTUGRIEGO.

Adorei.

Tuesday, September 08, 2009

Las putas suicidas

No es que esté especialmente orgullosa porque de hecho lo he escrito a salto de mata, que estoy trabajando como una perra, pero por razones que no vienen al caso he tenido que hacer una critiquita de "Las vírgenes suicidas" y como me he propuesto actualizar mucho más a menudo el diario, no voy a desperdiciar ni una coma de lo que escriba. Además la novela la leí hace años y para hacer esto sólo he podido revisarla un poco por encima.
Tenía que haberlo terminado diciendo que una de virgen tiene bien poco, que se pasa la mitad de la novela follando con desconocidos en el tejado.
"Tal vez tengan razón los que dicen que todo sentimiento humano, todo conflicto, todo problema, ha sido ya tratado por los clásicos griegos. Todavía hoy los mitos ayudan a explicar, más allá de Freud, gran parte de las incógnitas de la naturaleza humana. Jeffrey Eugenides –su apellido le delata- lo sabe muy bien, y en “Las vírgenes suicidas” crea un mito moderno que retrata los misterios de la adolescencia.
El autor convierte la pequeña tragedia de un suburbio de una ciudad americana en metáfora del mundo. Se aproxima a la adolescencia de un modo perfecto y delicado, con sensibilidad reverencial hacia sus personajes y atisbando ya unos temas que retomará en su segunda novela, la maravillosa Middlesex –firma candidata al esquivo título de “la gran novela americana”-.
Como en un eco, el chico que narra la historia –que es uno y todos a la vez- evoca la serie de acontecimientos que condujo al suicidio de las cinco hermanas Lisbon, beldades inalcanzables que fascinan a sus vecinos y compañeros de clases de un modo tan perturbador que décadas después éstos todavía las recuerdan y siguen reuniéndose para intentar desentrañar el misterio que las envuelve, entrevistándose con aquellos que las trataron en su corta estancia en la Tierra. Rememoran una y otra vez los hechos, intentando ordenar los recuerdos para llegar a entender a aquellas chicas y el por qué de su muerte, sabiendo que nunca lograrán desentrañar del todo su misterio –que es el misterio del suicidio, el misterio femenino, el misterio del alma humana, el misterio de la fascinación por otro, el mito, en definitiva- aferrándose a los objetos pertenecientes a las Lisbon que han podido reunir y que ahora veneran como reliquias.
El texto se detiene en infinidad de pequeños detalles, en el estampado de la blusa que se puso Mary el día del entierro de su hermana menor, en el aroma de cada casa en particular, en la curvatura de los dientes de Therese, en el sabor del chicle que mascaba Lux, en las canciones que escuchaban todas o la sonrisa que un día Bonnie dirigió a uno de los chicos. Las hermanas Lisbon se construyen con los recuerdos -volubles, a veces contradictorios- de los que las conocieron y con sus enseres y objetos personales. El detallismo es tan preciosista que atrapa al lector y lo sitúa directamente delante de la casa de las Lisbon -víctima poco a poco de la decadencia del mismo modo que sus habitantes se van encerrando en sí mismos- observando a las muchachas cada vez más lejanas a través de los visillos, buscando desesperadamente la manera de decirles que no están solas en el mundo, que no las olvidan, buscando un subterfugio para ayudarlas –inútilmente- a escapar."

Friday, September 04, 2009

Cosas que nunca volveremos a ver

Le robo el título de la entrada a Sisterboy porque es lo primero en lo que he pensado al encontrarme con la siguiente viñeta en el tomo primero de la bellísima biblioteca de Carl Barks que unos amigos han tenido a bien regalarme.
Vean, vean y flipen:

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¡Maltrato infantil por triplicado en una historieta de Disney! El Pato Donald que yo conocí en los Don Miki de los ochenta jamás habría utilizado la vara para azotar a Jorgito, Juanito y Jaimito. Eran otros tiempos, tan lejos y tan cerca, etc. etc.
Sin embargo mi viñeta favorita de todo Carl Barks, producto ya no del genio de Carl Barks sino de algún traductor o adaptador con mucho sentido del humor, es la siguiente:

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¡La canción favorita de Donald es "Tatuaje"! Me corro litros.

Wednesday, September 02, 2009

Frases que parecen muy obvias pero que en realidad son súper-profundas

La primera supongo que será bastante conocida, pero yo la descubrí hace poco en un artículo de la Vanity Fair sobre Máxima Zorreguieta. Es un lindo símil y está en la línea de uno de mis refranes favoritos, "no hay mal que por bien no venga" (mi favorito absoluto es "arrieros somos y en el camino nos encontraremos", por el touch agrario y por que no hay mayor verdad que que el tiempo pone a cada uno en su lugar):
- No hay rosas sin espinas ni espinas sin rosas.
La segunda la dijo Paulina Rubio en un arranque de genialidad a la hora de hablar de su relación con Colate (y de paso dejar fatal a Ricardo Bofill, cosa que siempre es de agradecer). Sobre el amor se escriben las mayores chorradas, como esa giliflautez de Love Story de "amar significa no tener que decir nunca "lo siento"; aquí Paulina resume y se carga de una patada todo el argumento de "Ya no sufro por amor", de Lucía Etxevarría, ahorrándonos su lectura y otros disgustos casi peores:
- Yo antes pensaba que amar era sufrir; pero ahora sé que amar significa ser feliz.

Tuesday, September 01, 2009

En un día como hoy

El 1 de septiembre del año pasado llevaba ya una porrada de días trabajando porque había tenido poquitos días de vacaciones en agosto. Me levanté, supongo que a las siete o a las siete y cuarto, desayuné, me entalqué el culo y cogí el metro. En el andén y en los vagones había como el triple de gente que el día anterior. La mayoría salieron en mi misma parada y un ejército de hombres encorbatados y mujeres trajeadas avanzaron conmigo a través de los pasillos, todo el mundo callado y con cara de circunstancias, creando un estremecedor efecto de resonancia con sus tacones y zapatos, como si estuviésemos en "Metrópolis" o en alguna terrible fábula posmoderna basada en un relato de Philip K. Dick. "En verdad" sentí congoja y un poco de horror ante la perspectiva de que todo fuera así siempre.
Hoy me he levantado a las diez, he desayunado con toda la pachorra del mundo mientras veía en The Biography Channel (canal maravilloso, reverso guilty pleasure del canal Historia donde igual te cuelan la biografía de Suzanne Sommers que la de Yuri Gagarin) un descacharrante documental sobre la obsesión de Diana por los astrólogos y magos, presentado además por Joan Collins. Me he duchado tranquilamente y ya sí, me he puesto a trabajar como una burra. Y me llena de inquietud la incertidumbre y todo eso, pero a la vez, me siento tremendamente afortunada.